Empezaremos
diciendo que la celebración es adoración. Comemos para la gloria de Dios y
proclamamos su bondad para con nosotros.
Participamos de la celebración cuando
disfrutamos de la vida y el mundo en comunidad, confiando en la
grandeza, belleza y bondad de Dios. Enfocamos nuestra vida y el universo como
la obra de Dios y su regalo para nosotros.
Celebramos cuando nos juntamos con
otros que conocen a Dios, para comer, cantar, bailar y contar historias acerca
de lo que Dios ha hecho por nosotros.
En la
celebración, la comida cumple un propósito especial. En algunas ocasiones la
misma comida contiene simbolismos muy importantes como lo es cuando tomamos la
Santa Cena o Cena del Señor. Pero en otras
ocasiones no tiene un simbolismo especial, pero resulta muy importante para
hacer de la ocasión de la celebración, un momento importante.
Ahora que
se aproxima el tiempo de celebración de la navidad, la comida nos hace saber que
es un tiempo especial, que tenemos algo que celebrar por lo grande y
trascendente que es. Así que cuando saboreemos los exquisitos platillos
navideños, pensemos en la bondad de Dios para con nosotros al mandarnos a su
Hijo unigénito.
La comida
también cobra especial relevancia cuando la compartimos con alguien. Celebramos
juntos, compartiendo algo especial en nuestras vidas. Cuando los israelitas
celebraban, ellos acostumbraban regalar comida a sus vecinos, porque nadie, por
muy pobre que estuviera podía dejar de celebrar algo tan importante, no
importaba que no tuviera comida, sus vecinos le regalaban para que pudiera
celebrar al igual que ellos con exquisitos platillos. En medio de tantas
adversidades o situaciones desfavorables en la vida, ellos sabían que el gozo
sagrado era la cura para la desesperación.
Deshonramos
a Dios cuando dependemos demasiado del placer pero también cuando evitamos completamente
el placer. La celebración hace nuestras tristezas más pequeñas y la bondad de
Dios llega a ser más real.
La comida
es tan importante en la celebración, que en el cielo tendremos un banquete, no
porque necesitemos de alimento, sino por el placer de celebrar. Claro sin el
exceso de la glotonería.
Celebremos enfocándonos en la bondad de nuestro gran
Dios y compartiendo nuestro pan con otros, con alegría y sencillez de corazón.
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