Fuimos creados para ser como Cristo
“estando persuadido de esto, que el que
comenzó en vosotros la buena obra
la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo.” (Filipenses 1:6)
El
discipulado es el proceso por el cual el Dios desea transformarnos a imagen y
semejanza de su Hijo Jesucristo. Este discipulado incluye entre otras cosas, el
ministerio del Espíritu Santo obrando en nuestras vidas, el poder transformador
de la Palabra de Dios y la dinámica de la vida en comunidad, Su iglesia.
No podemos
dejar de lado ninguno de éstos tres elementos esenciales para el crecimiento
espiritual. Llenemos nuestro corazón de la Palabra de Dios, ella transformará
nuestro entendimiento para que no nos conformemos a este mundo, sino a la
voluntad de Dios. Dependamos de la guía del Espíritu Santo, él desarrollará en
nosotros el carácter piadoso. Procuremos la compañía de los santos, con ellos
tendremos el “ambiente” apropiado para el crecimiento, el carácter probado, el
ánimo, el amor y la unidad.
Pero
sobretodo, recordemos que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará”. Dios es el agente de nuestro crecimiento y transformación,
él comenzó y él terminará. No estamos en un proceso humano, nuestra
transformación a la imagen de su Hijo Jesucristo, no es algo condenado a
fracasar, no es algo imposible, no es un sueño ilusorio; es algo garantizado
por Dios mismo, Dios así se lo propuso en sí mismo desde la eternidad. Esto nos
lleva a adorar a Dios, a depender de su gracia, a ver en los demás creyentes la
obra de perfeccionamiento de Dios, a buscar la restauración, a tener ánimo en
medio de las dificultades, a tener una esperanza, a ver la vida desde una
perspectiva eterna, a eliminar de nuestras vidas el orgullo, la crítica e
intolerancia.
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