Fomenta el
afecto familiar
Vivimos en
una época en que la familia está siendo azotada por los vientos huracanados del
egoísmo, la tempestad del orgullo, los ríos impetuosos del materialismo y la
inundación de indiferencia; pero no estamos solos como abandonados a nuestra
propia suerte; por el contrario, Dios nos ha dejado su Palabra y su Santo
Espíritu morando en nuestros corazones.
Sin duda es
indispensable fomentar el afecto familiar, pero para ello es necesario que
empecemos considerando a nuestros hijos desde la perspectiva divina, esto es,
ellos son “corona de la creación de Dios”
Lo que quiero dejar en claro, es que ellos son valiosos y reflejan la
majestuosa obra de Dios y al verlos hemos de exclamar como el salmista: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es
tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8) Muchos son los que consideran que
los niños son valiosos por lo que llegarán a ser, por su potencial, pero lo que
Dios dice, es que ellos son valiosos delante de Él, ya ahora, y necesitamos
empezar a verlos desde esa perspectiva si es que vamos a comprender lo que el Señor
quiere que hagamos con ellos en nuestras familias.
Por otro
lado, para poder fomentar el afecto familiar será necesario que comprendamos la
persona y obra de Cristo y cómo la supremacía de Cristo se verá reflejada en
todas las dimensiones de la vida, incluyendo la familiar. Hemos sido
trasladados del reino de las tinieblas al reino del Hijo de su amor, dice el
apóstol Pablo en su epístola a los colosenses; hemos sido resucitados con Cristo
y nuestra vida resucitada afectará nuestras relaciones familiares, para que
sean, en el vínculo del amor, una fuerte demostración ante el mundo del poder
transformador del evangelio, para la gloria de Dios.
Nuestras
familias necesitan de padres que mediten en la Palabra de Dios, que se detengan
en medio de un mundo que va a toda velocidad, para dejar la superficialidad y
profundizar primeramente en una relación real y vibrante con Cristo y que ésta
se vea entonces reflejada en la familia, el trabajo, la iglesia y toda otra
relación. Más aún, nuestra nación necesita de hombres y mujeres que sepan
meditar, que sean entendidos de los tiempos actuales, hombres y mujeres de fe y
oración que lleven palabras de vida y esperanza, respaldadas por la irrefutable
evidencia del afecto familiar, gracias al poder transformador del evangelio.
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