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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Fomenta el afecto familiar


Fomenta el afecto familiar

Vivimos en una época en que la familia está siendo azotada por los vientos huracanados del egoísmo, la tempestad del orgullo, los ríos impetuosos del materialismo y la inundación de indiferencia; pero no estamos solos como abandonados a nuestra propia suerte; por el contrario, Dios nos ha dejado su Palabra y su Santo Espíritu morando en nuestros corazones.

Sin duda es indispensable fomentar el afecto familiar, pero para ello es necesario que empecemos considerando a nuestros hijos desde la perspectiva divina, esto es, ellos son “corona de la creación de Dios” Lo que quiero dejar en claro, es que ellos son valiosos y reflejan la majestuosa obra de Dios y al verlos hemos de exclamar como el salmista: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8) Muchos son los que consideran que los niños son valiosos por lo que llegarán a ser, por su potencial, pero lo que Dios dice, es que ellos son valiosos delante de Él, ya ahora, y necesitamos empezar a verlos desde esa perspectiva si es que vamos a comprender lo que el Señor quiere que hagamos con ellos en nuestras familias.

Por otro lado, para poder fomentar el afecto familiar será necesario que comprendamos la persona y obra de Cristo y cómo la supremacía de Cristo se verá reflejada en todas las dimensiones de la vida, incluyendo la familiar. Hemos sido trasladados del reino de las tinieblas al reino del Hijo de su amor, dice el apóstol Pablo en su epístola a los colosenses; hemos sido resucitados con Cristo y nuestra vida resucitada afectará nuestras relaciones familiares, para que sean, en el vínculo del amor, una fuerte demostración ante el mundo del poder transformador del evangelio, para la gloria de Dios.

Nuestras familias necesitan de padres que mediten en la Palabra de Dios, que se detengan en medio de un mundo que va a toda velocidad, para dejar la superficialidad y profundizar primeramente en una relación real y vibrante con Cristo y que ésta se vea entonces reflejada en la familia, el trabajo, la iglesia y toda otra relación. Más aún, nuestra nación necesita de hombres y mujeres que sepan meditar, que sean entendidos de los tiempos actuales, hombres y mujeres de fe y oración que lleven palabras de vida y esperanza, respaldadas por la irrefutable evidencia del afecto familiar, gracias al poder transformador del evangelio.

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