"Así que en mi enojo, hice este juramento: Jamás entrarán en mi reposo." (3:11)
"¿Y a quiénes juró Dios que jamás entrarían en su reposo, sino a los que desobedecieron?" (3:18)
Aunque no nos gusta pensar mucho sobre el enojo de Dios, parece que es muy serio lo que hicieron para hacer enojar a Dios al grado que él juró.
Y vemos que no entraron, sino que perecieron en el desierto, es decir, se cumplió el juramento de Dios.
Esta es una fuerte amonestación para los creyentes hebreos y para nosotros, pero también es un acto de misericordia. Los anuncios de la ira de Dios son anuncios misericordiosos que buscan nuestro arrepentimiento, y en este caso el que le obedezcamos, le creamos; como dicen los teólogos, que tengamos fiducia, esto es, la confianza en su promesa, en su prescencia, en su persona.
"Cuando Dios hizo su promesa a Abraham, como no tenía a nadie superior por quien jurar, juró por sí mismo" (6:13)
"Los seres humanos juran por alguien superior a ellos mismos, y el juramento, al confirmar lo que se ha dicho, pone punto final a toda discusión. Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que su propósito es inmutable, la confirmó con juramento. Lo hizo así para que, mediante la promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un estímulo poderoso los que, buscando refugio, nos aferramos a la esperanza que está delante de nosotros." (6:16-18)
Nuestra alma tiene una firme ancla en la promesa y el juramento de Dios. Aunque nosotros somos débiles y cambiantes; Dios es inmutable. La salvación es segura.
"¡Y no fue sin juramento! Los otros sacerdotes llegaron a serlo sin juramento, mientras este llegó a serlo con el juramento de aquel que le dijo: El Señor ha jurado, y no cambiará de parecer: Tú eres sacerdote para siempre." (7:20-21)
El sacerdocio de Jesús es superior al sacerdocio levítico. Con juramento eterno por Dios que no cambia.
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