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domingo, 3 de abril de 2016
La Esperanza Cristiana - 1° Corintios 15
Iglesia Bíblica
Unidos en Cristo
“…para que el mundo crea.” Juan
17:20-23
Domingo de resurrección – 27 marzo 2016
La esperanza cristiana
Introducción
"Pedro y
Juan corren al sepulcro en la mañana de Pascua", de Eugène Burnand
El cuadro que contemplamos
(en la imagen principal) se llama “Los discípulos Juan y Pedro corriendo al
sepulcro en la mañana de la resurrección”, de Eugène Burnand. Se encuentra en
el Museo d’Orsay en París.
…Pedro y Juan corren hacia el
sepulcro, hacia el lugar de la muerte, donde habían dejado el cadáver de Jesús.
A diferencia del Viernes Santo, ya no escapan del lugar de la muerte, ni se
esconden ante el escándalo de la cruz, ni se avergüenzan ante el fracaso de la
comunidad, sino que deciden confrontarse decididamente con aquella noticia que
les trae María Magdalena. “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos
dónde lo han puesto” (Juan 20, 2). Intuyen que hay que correr al sepulcro y
adentrarse en este espacio vacío para reconocer el misterio más profundo de
nuestra vida.
¿Qué arde en su corazón mientras
corren? ¿Cuáles son los recuerdos que fluyen detrás de esa pasión corporal que
expresa la escena? ¿Qué palabras de Jesús vuelven a escuchar? ¿Qué esperanzas
se reavivan en sus corazones?
Es posible suponer que las
sombras de la crisis vivida, la crudeza del fracaso y de la muerte y de esa
espera afligida del Sábado —que a veces es una noche oscura larga y dolorosa—
dejen paso a aquello que está instalado en el fondo del corazón humano, tal vez
como un sedimento indestructible: la fe y la esperanza en la vida.
La mirada de Pedro es
conmovedora. Es una mirada que nos contiene en su “hondura amorosa”. Pareciera
estar cargada de asombro, certeza y definitividad, ante el aviso de María
Magdalena, quien viene a reavivar la presencia del ausente. Una novedad penetra
sus ojos teñidos de un cierto cansancio por los tres días vividos. La
posibilidad de algo nuevo, una Buena Nueva, emerge en la mirada de Pedro y en
la mirada de su amigo Juan, que corren contra el viento hacia el sepulcro. Tal
vez surge desde lo más profundo de su corazón una voz interior que les dice
“¡Es verdad!” (Lucas 24, 34). Es verdad lo que decían las escrituras, es verdad
lo que el Señor anunció. “¡El Señor está vivo!” (Lucas 24, 23).
Ojalá que nosotros en esta Semana
Santa podamos correr hacia el sepulcro con la misma determinación, porque es
allí donde se nos promete la vida. Es yendo sin timidez a mirar los sepulcros
de nuestra historia que se nos promete renovar la esperanza alicaída y cansada
por tanta negación de las Bienaventuranzas en nuestra comunidad. Esperanza
renovada que surge después de tocar los abismos, el fondo de la negación y de
la negatividad de nuestra vida y de la vida de la Iglesia.
Pedro y Juan corren hacia un
sepulcro vacío que es puro por-venir. Se aventuran
hacia un futuro. Son casi como tironeados por la irrupción de una presencia
esperanzadora que los tira hacia adelante. “Lo mejor está por venir” decía un
compañero jesuita. ¡Ésa es la gran noticia! Que lo más propio de lo nuestro
está en el futuro. Que Jesús atraviesa nuestro presente y nuestro pasado, que
Pasa abriéndonos al futuro. La resurrección nos dilata el panorama de un
presente triste, negro, estrecho, que creemos encierra todo y que nos va
apagando con su carga de miedo, de frustración y de dolor por las pérdidas
vividas.
La expresión de Pedro y
Juan se halla entre la incredulidad y la esperanza. Son rostros llenos de
expectación y asombro. El joven, que había reclinado su cabeza sobre el pecho
de Jesús y estuvo a los pies de la cruz, une las manos en oración; el mayor,
que lo negó pero que luego murió crucificado boca abajo porque no se
consideraba digno de morir como el Señor lleva su mano al corazón. Los cabellos
y la vestimenta nos transmiten esta idea de acción, de carrera de los
discípulos al sepulcro del Señor para ver con sus propios ojos lo que les acaba
de notificar María Magdalena. Es una escena asombrosa, de una gran inmediatez,
que nos hace querer salir corriendo detrás de los apóstoles.
¿A quién de nosotros no le
gustaría estar aquí esta noche con el mismo rostro, completamente expectante,
en tensión, lleno de deseo, de asombro, que tenían Pedro y Juan camino del
sepulcro la mañana de Pascua? ¿Quién de nosotros no desearía estar aquí con la
misma tensión por buscar a Cristo que vemos en sus rostros? ¿Estar aquí con el
corazón lleno de la espera de encontrarse de nuevo con Él, de verle de nuevo,
de sentirse atraídos, fascinados como el primer día? ¿Quién no espera que pueda
suceder verdaderamente algo así? Al igual que a ellos, a nosotros también nos
cuesta dar crédito al anuncio de las mujeres. Nos cuesta reconocer el hecho más
impresionante de la historia, hacerle hueco dentro de nosotros, hospedarlo en
el corazón para que nos transforme. También nosotros, como ellos, sentimos la
necesidad de ser aferrados de nuevo para que se despierte en nosotros la
nostalgia de Cristo". (Julián Carrón)
Lectura: 1° Corintios
15
I.
La
resurrección de Cristo – esencia del evangelio (vv.1-19)
II.
La
resurrección de Cristo – primicia de los resucitados (vv.20-23)
III.
La
resurrección de Cristo – Reino de Cristo (vv.24-30)
IV.
La
resurrección de Cristo – y las luchas de Pablo contra fieras (vv.31-32)
V.
La
resurrección de Cristo – y la cosmovisión gnóstica (vv.33-49)
VI.
La
resurrección de Cristo – y nuestra resurrección (vv.50-57)
VII.
La
resurrección de Cristo – y la vida antes de la muerte (v.58)
¿De qué manera el hecho de creer en la resurrección futura puede
llevarnos a seguir adelante con el trabajo en el presente?
Pues de una manera bastante simple y sencilla. El punto de la
resurrección es que la vida corporal presente no carece de valor simplemente
porque va a morir. Dios la elevará de nuevo para que sea una nueva vida, la
resucitará. Lo que uno haga con su cuerpo en el presente tiene importancia
porque Dios le tiene preparado un gran futuro. Lo que usted haga en el
presente, cuando pinta, predica, canta, cose, ora, enseña, construye
hospitales, perfora pozos, hace campaña por la justicia, escribe poemas, se
encarga de los más necesitados y ama a su prójimo como a usted mismo, todas
estas cosas perdurarán en el futuro de Dios. No son más que simples maneras de
hacer que la vida actual sea un poco menos bestial, un poco más soportable,
hasta que dejemos atrás por siempre. Son parte de lo que podríamos denominar la
construcción del reino de Dios.
Creemos en la vida antes de la muerte. La vida corpórea actual puede
verse, finalmente, no como una preocupación interesante actual, aunque a la larga irrelevante, no simplemente como
“un valle de lágrimas creador del alma”, a través del cual tenemos que pasar
para llegar al estado final bendito e incorpóreo, sino como un tiempo, un lugar
y una materia esencial y vital en los que los propósitos futuros de Dios ya han
penetrado en la resurrección de Cristo y donde aquellos propósitos futuros
ahora deben anticiparse a través de la misión de la iglesia.
El rescate futuro que Dios había planificado y prometido empezaba a
hacerse realidad en el presente. Somos salvados no como almas sino como un
todo.
Somos salvados no únicamente para nosotros mismos, sino también para lo
que ahora Dios espera hacer a través de nosotros.
La salvación tiene que ver:
1. Con la totalidad de los seres
humanos, y no con “simples” almas.
2. Con el presente y no simplemente con
el futuro.
3. Con lo que Dios hace a través de
nosotros y no simplemente con lo que Dios hace en y por nosotros.
Y esto solo tiene sentido dentro del marco más amplio, el reino de Dios.
El reinado de Dios se debe de poner en práctica en el mundo, lo que resultará en la salvación,
tanto en el presente, como en el futuro, una salvación que es para humanos y a
través de humanos salvados para el mundo más amplio. Esta es la base sólida
para la misión de la iglesia.
Todo acto de amor, de gratitud y de amabilidad; toda obra de arte o de
música que se inspire en el amor a Dios así como en el deleite en la belleza de
su creación; cada minuto que se dedique a enseñarle a un niño con alguna
discapacidad severa a leer o a caminar; toda dirección dirigida a cuidar y
educar a los demás, a darle consuelo y respaldo al prójimo, y no tan solo a
nuestros hermanos humanos, sino también a las demás criaturas no humanas y, sin
lugar a dudas, toda enseñanza que se base en el Espíritu, toda acción que sirva
para difundir el evangelio, que edifique la iglesia, que promueva la santidad,
pero no la corrupción, y que haga que se honre el nombre de Jesús en el mundo
entero, todo esto logrará encontrar su camino a través del poder de
resurrección de Dios para ingresar a la nueva creación que Dios hará algún día.
Lutero – plantar un manzano, sabiendo que al día siguiente viene el reino
de Dios.
El nuevo mundo de Dios, de justicia y alegría, de esperanza para toda la
tierra inició cuando Jesús se levantó de la tumba en la mañana de Pascua. Y él
llama a sus seguidores a vivir en él por el poder del Espíritu y a ser agentes
de la nueva creación aquí y ahora.
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