He escuchado en diferentes ocasiones que algunos creyentes hacen referencia a su obra en el ministerio como si fuera una obra pionera, única en su tipo, y desprecian o desconocen la historia del evangelicalismo, en Monterrey al menos.
Considero que dos lecciones que siempre puedo aprender cuando estudio historia, son aprecio y humildad.
Al visitar cualquier lugar, puedo encontrarme pisando tierra santa, sin percibirlo hasta que alguien me cuenta su historia. La historia, entonces me ubica, me abre los ojos y me permite apreciar los acontecimientos que se dieron en tal lugar. Permanezco ciego hasta que conozco sus historias. Pequeñas historias, tal vez, pero significativas en algún modo. Entonces, nace el aprecio. Aquella persona o aquel lugar se vuelven relevantes, han pasado a ser parte de mí.
Al considerar la historia de la iglesia evangélica, podemos ver su riqueza. La historia de cada iglesia local es sorprendente, pues aunque parezcan sencillas y pequeñas historias, han sido parte de la gran historia de Dios. Una historia que hace que el corazón se llene de valor, pero a la vez, de humildad. Sin caer en el ninguneo, pero sí de una manera humilde, se llega a apreciar la labor de tantos hombres y mujeres que dedicaron sus vidas al servicio del Evangelio y de otras tantas, que aún lo siguen haciendo.
Quedo admirado de la obra de Dios a través de la historia, diferentes hombres y mujeres, débiles y cambiantes; pero un solo Dios presente en la historia de su pueblo. Quedo con un sentimiento de humildad, al considerar la vida modesta y sencilla en la que el Señor me ha concedido participar en su labor. Quedo con este sentido de humildad, reconociendo que he llegado a trabajar en la última hora, que ya otros han trabajado y soportado el calor de todo el día y yo vengo a entrar a sus labores. Quedo con una sincera adoración a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; de Quién es la iglesia, por Quien la iglesia vive y para Quien es la iglesia.
Viviendo Coram Deo
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