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martes, 8 de marzo de 2022

Fuerza y Honor

 

“Fuerza y honor son su vestidura; y se ríe de lo por venir.” Proverbios 31:25

En el libro de Proverbios encontramos una sección poética elogiando a una mujer virtuosa, y entre las cosas que se dicen de ella quiero destacar que es una mujer que se viste de honor.

La poesía juega con las diferentes acepciones de la palabra para darnos un mensaje que puede leerse como que la mujer se adorna y resplandece, pero a la vez, no es un collar lo que se pone, no ostenta una joya, sino que resplandece su honor y dignidad.

          הָדָר

Ornamento, esplendor, honor





En sus relaciones interpersonales, en sus tratos familiares o comerciales, ella va tratando a las personas con respeto como humanos creados a la imagen de Dios, y ella misma se reconoce digna.

Esto me recuerda a la historia de Ester cuando estaba preparándose para presentarse ante el rey. Podemos imaginar la tentación de vanidades que pudo haberse presentado en esa situación en que tantas mujeres estaban compitiendo por ser elegidas la nueva reina.

Dice la Escritura:

Cuando le llegó a Ester, hija de Abihail tío de Mardoqueo, quien la había tomado por hija, el tiempo de venir al rey, ninguna cosa procuró sino lo que dijo Hegai eunuco del rey, guarda de las mujeres; y ganaba Ester el favor de todos los que la veían.

Ester 2:15

Se nos dice que cuando tocó el turno de Ester para presentarse ante el rey, “ninguna cosa procuró”. Nosotros tal vez, hubiéramos pensado en que debería escoger algunos diamantes o rubíes, o algo que le favoreciera y resaltara su belleza. Pero al parecer, ella había preferido vestirse de honor.

Claro, podemos objetar que eso no se ve, que en realidad el “honor” no es un ornamento; pero la Escritura señala claramente que ella “ganaba el favor de todos los que la veían”, de algún modo, el honor resplandecía y era evidente en ella.

Esto me hace recordar un poema en el cantar de los Cantares, donde el amado elogia a su amada diciéndole:

Tu cuello, como la torre de David, edificada para armería;

Mil escudos están colgados en ella,

Todos escudos de valientes.

Cantares 4:4

La poesía hace alusión a la práctica de los valientes de colgar sus escudos indicando su lealtad y su disponibilidad para defender el honor; en este caso de la mujer amada del poema. El amado, con esta analogía le está diciendo que ella es una mujer de dignidad y honor que mil valientes están dando testimonio de que defendería su honor con su vida.

Ahora que nuestra sociedad celebra el día internacional de la mujer, donde reconocemos que el camino en muchas ocasiones no es sencillo y que la sociedad mexicana ha estado condicionada culturalmente con un comportamiento machista, y que en muchos sentidos se necesita aún recorrer un buen tramo para continuar madurando como sociedad, el llamado a la mujer (y a los varones) es a vestirnos de honor.

Habrá muchas ocasiones, personas o situaciones que nos tienten a faltar al respeto al prójimo. Seguramente en muchas ocasiones serán personas que “se lo merecen”; pero siempre tendremos la opción de resplandecer mostrando un carácter de honor y dignidad.

Y si en alguna ocasión hemos cedido a la tentación y hemos faltado al respeto a alguien, tenemos la oportunidad de rectificar, de disculparnos, pedir perdón, restituir.

Al inicio de la humanidad, en el huerto del Edén, el ser humano, aunque fue creado con dignidad, a la imagen de Dios, pecó, y manchó sus vestiduras. Se vio desnudo, se ocultó, se tapó con hojas de higuera, había caído en pecado.

Pero el Dios de toda gracia vino y le cubrió. Le restauró.

De cuando en cuando somos conscientes de nuestra propia inclinación al mal, y de nuestra necesidad de restauración. Hay momentos violentos, guerras, envidias, etc. Que nos recuerdan que hoy mas que nunca son necesarios hombres y mujeres que “se vistan de fuerza y honor”.

Dentro de unas semanas estaremos recordando que hace más de dos mil años, el Señor Jesucristo vino para salvarnos.

Él fue desnudado, según la costumbre de muchos pueblos, de no solo vencer a sus enemigos, azotarlos, sino que además los desnudaban para acabar con su dignidad.

Pero no ha existido en toda la historia de humanidad una persona con mayor dignidad, honor y resplandor que Jesucristo, aún y cuando le azotaron, se burlaron de él, le escupieron y le clavaron en la ignominiosa cruz.

Gracias a su obra, hoy, tú y yo podemos ser revestidos con su justicia; gracias a él podemos vestirnos de honor delante de Dios.

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