Salmo 89
“El norte y el sur, tú los creaste;
el Tabor y el Hermón aclamarán con gozo a tu nombre.” (v. 12)
Hubo un tiempo en la historia israelita, en que los montes
“cantaban” alegres al Señor.
El Hermón era un monte en la frontera norte, que marcaba un
límite natural de la tierra prometida, y desde donde, paradójicamente, ahora llegaría
el enemigo con su imponente ejército y se los llevaría cautivos.
El Tabor fue escenario de grandes victorias, como la
celebrada en el Cántico de Débora en el libro de los jueces, donde después de
una gran victoria y liberación del Señor, se cantaba a su glorioso Nombre y se
le agradecía por haber infundido valentía al corazón de sus guerreros; quienes
superados en número y sin carros; vencieron al poderosísimo Sísara. El Señor
les salvaba con imponentes rayos y lluvia desde los cielos.
Pero ahora, que son llevados cautivos; ellos saben que no es
porque el Señor todopoderoso haya sido vencido; sino que es por sus muchos
pecados con que quebrantaron su pacto. Ahora los montes quedarían como testigos
mudos de la bondad y la severidad de Dios.
Aún así, los profetas anunciaban un tiempo en que el Señor
les daría un corazón nuevo, pondría su Espíritu Santo en ellos, les perdonaría
sus pecados de pura gracia y los redimidos de Jehová volverían a Sión cantando
y los montes y los árboles del campo aplaudirían al Señor.
Ese tiempo anunciado, ha llegado con Jesucristo, Él es
nuestro amado Salvador. Y aunque hay batallas gloriosas que recordar en el
Tabor y el Hermón; nosotros recordamos y cantamos las glorias del Evangelio del
Monte Calvario.
Aunque parezca contradictorio, que el monte “de la calavera”
cante; nosotros sabemos que es allí donde Dios Padre mostró en su esplendor la
gloria de su gracia perdonando nuestros pecados por Jesucristo. Desde la
perspectiva humana pareciera una derrota, sin embrago nosotros celebramos una
gran victoria, donde el Señor transformó todo para salvación y bendición que ha
llegado hasta nosotros, perdonando nuestros pecados, dándonos un corazón nuevo
y su Santo Espíritu. Ahora, podemos decir: El Calvario cantará con gozo a Su
glorioso Nombre.
De manera similar, existen ocasiones en nuestras vidas que
pudieran parecer, desde la perspectiva humana, “un calvario” (guardando toda
proporción), pero es desde allí que hemos de cantar al Señor sabiendo que él
usa esos momentos para alabanza de la gloria de su gracia; como concluyera el
apóstol Pablo: “por tanto, de buena gana me gloriaré en mis debilidades, para
que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2 Co. 12:9)
Celebremos la obra de Cristo, cantemos lo que ha acontecido
en el Calvario. Tomemos nuestra cruz y sigámosle con determinación. Renovemos
nuestra consagración al Señor y deleitémonos en vivir para su gloria. Que
podamos ser como esos montes, testigos que cantan de la salvación del Señor.