Monografía presentada a Dr. Brian Rice y John Hilliard
Facultad Teológica Sud Americana / Recursos Estratégicos Globales / Seminario Bíblico de Puebla
Por José Luis García Antonio / Fecha de conclusión y envío: Julio 15, 2008
Introducción
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
“...lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.”
El ser humano, desde su perspectiva finita, tiene la tendencia a pensar en la vida eterna en términos de tiempo, como una vida sin fin. Sin embargo el apóstol Juan nos presenta una perspectiva de la vida eterna en términos de relación, esto es, la vida eterna es tener una relación con el Dios personal y trino, revelado en su Hijo Jesucristo, eso es conocerle. Como Tony Evans escribe:
Conocer a Dios implica más que conciencia, más que información y más que una experincia religiosa. Conocer a Dios es tenerlo transmitiéndole a usted lo que él es; es entrar en una relación con Dios, de tal manera que lo que él es afecte lo que usted es... así pues, cuando hablo de conocer a Dios, estoy hablando de tener la conciencia, la información y la “experiencia religiosa” afectando su vida y siendo parte de lo que usted es.
Y este es el mensaje que anuncia el apóstol, no un mensaje de una vida sin fin, sino el de una vida en una verdadera comunión con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo, una comunión que lleva a los creyentes a tener también comunión entre ellos mismos.
Así que lo más importante y trascendental a lo que una persona puede dedicar su finita vida, es a profundizar en esa comunión, ayudar a otros a crecer también en la comunión con Dios y anunciar a aquellos que aún se encuentran lejos, que en Dios Padre hay comunión a través de su Hijo Jesucristo y que ésta es la verdadera vida eterna, la vida en la luz, la vida en amor, la vida en libertad, ¡una vida en comunión!
Esta es la esencia de la vida espiritual, una relación de amor, profunda y creciente con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo por el Espíritu Santo en la comunión de Su iglesia. Y esta vida espiritual es la base de cualquier otra dimensión en la vida, en lo familiar, en lo relacional y en el liderazgo de la iglesia.
Pero, la búsqueda de la intimidad con Dios, es más que tan solo para tener un liderazgo o ministerio efectivos; el centro de la intimidad con Dios, no es el hombre o su ministerio, ni sus múltiples necesidades, sino Dios mismo, su gloria y adoración y su disfrute para siempre, por que Dios es glorificado cuando yo disfruto de él. Y mientras la comunión con Dios crece, el carácter de la persona va siendo transformado a la semejanza de Cristo.
También es necesario hacer notar que la vida de comunión con Dios, lleva necesariamente a una vida de comunión con la gente, pues el que ama a Dios, ama también a la gente. Nadie puede argumentar que vive aislado de la gente con el propósito de estar en comunión íntima con Dios. Y además, es en la comunidad en donde es desarrollado el carácter cristiano, pues la gran mayoría de las virtudes cristianas solo pueden ser expresadas en comunidad. Finalmente, Dios mismo en la Santísima Trinidad nos modela la vida en comunidad.
Así que, en este escrito, el autor presenta seis aspectos de la vida de Cristo a desarrollar en su propia vida, por medio de seis correspondientes disciplinas espirituales para ejercitarse en esa vida de comunión, no sin antes hacer claro el papel del Espíritu Santo y de las diversas circunstancias de la vida en la transformación del carácter, además de la necesidad de determinación, fe, humildad y perseverancia en la prosecución de esta imagen de Cristo. El desarrollo de esta vida espiritual será pues esencial para el ministerio pastoral en este caso particular, aunque, desde luego, para todo en la vida.
I. Visión personal de la semejanza de Cristo.
Al crecer en la comunión con Dios, el creyente va siendo transformado a la imagen de su Hijo Jesucristo. Así pues, Jesucristo es, además de amigo, maestro y rey, el modelo ideal para la transformación espiritual. Una visión clara de la vida de Cristo, como es presentada en los Evangelios, será nuestra mejor guía en el desarrollo de nuestras vidas.
A. Cristo como modelo de santidad.
En los Evangelios observamos al Señor Jesucristo luchando contra las tentaciones del Diablo (Mateo 4:1-11). Buscando vivir una vida agradable a Dios. Pero ello no significa que no llevaba una vida gozosa, pues él sabía vivir en santidad con gran alegría. Ni tampoco, en busca de la santidad, se aislaba de la gente que era considerada inmunda, ya sea ceremonial o socialmente, por el contrario, convivía con ellos y su “toque” de santidad purificaba al más inmundo; la lepra sanaba, el flujo de sangre se detenía, los muertos resucitaban y los despreciados de la sociedad recibían el evangelio. Fue tentado en todo, pero sin pecado. Fue amigo de los pecadores, pero santo.
B. Cristo como modelo de misericordia.
También, Cristo es el ejemplo de la compasión y la misericordia. Frecuentemente lo encontramos atendiendo a la gente y sus necesidades; no con propósitos ocultos o manipuladores, sino con un interés sincero, extendiéndoles sus manos de amor.
En una ocasión, se compadeció de las multitudes y les empezó a enseñar.
“Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.”En otra ocasión, tuvo compasión de las multitudes y les dió de comer.
Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen que comer… y tomando los siete panes, habiendo dado gracias, los partió… y los pusieron delante de la multitud… y comieron y se saciaron…
Atendía tanto a sus necesidades físicas como espirituales; y su llamado sigue siendo a ir y aprender lo que significa “misericordia quiero y no sacrificio”, y en especial, nos llama a hacer misericordia a las viudas, a los huérfanos y a los pobres.
C. Cristo como modelo de una vida conforme a la Palabra de Dios.
Sin duda, Cristo es también ejemplo de una vida entregada a la proclamación del evangelio, y no solo la proclamación, sino la vida de acuerdo a la Palabra de Dios; a tal grado que daba cumplimiento a toda ella de una manera obediente y entregada, aún y cuando en ello le fuera la vida. (Mateo 5:17, 26:54; Juan 4:34; Hebreos 10:7)
El evangelio era su vida, su alimento, su proclamación, su enseñanza y su gran comisión a nosotros. Haremos bien en hacer nuestra la causa del evangelio, viviéndolo, proclamándolo, apoyando y sirviendo para su progreso en todo el mundo.
D. Cristo como modelo de vida contemplativa.
Por otra parte, el que Jesucristo se ocupara de la proclamación del evangelio y de las necesidades de la gente, no le hacía descuidar sus tiempos de meditación, oración y contemplación en comunión con el Padre. Tenía momentos a solas con el Padre. Su vida espiritual en lo “secreto” era más que evidente en su ministerio público. Era, evidentemente, una persona de oración, que llama a todos los creyentes a orar. Una persona de meditación profunda, que invita a meditar y reflexionar teológicamente, en medio de esta vida acelerada y turbada. (Mateo 26:39; Marcos 1:35)
E. Cristo como modelo de vida controlada por el Espíritu.
En todo momento, Jesús actuó dirigido por el Espíritu Santo; lleno de Él ministró a la gente, y en Cristo tenemos ejemplo de la vida controlada por el Espíritu. Nosotros hemos de andar en el Espíritu, manifestar su fruto, servir de acuerdo a su potencia y ser guiados por su sabiduría. (Mateo 4:1; Hechos 10:37-38)
F. Cristo como modelo de vida consagrada a la gloria de Dios.
Para el Señor, no había distinción entre lo sagrado y lo secular, entre actividades espirituales y mundanas, todo en su vida era hecho para la gloria de Dios; cada actividad era verdaderamente un momento de adoración, así fuera predicar el evangelio, caminar, comer, orar; todo en su vida tenía honor. (Lucas 13:10-17)
Puesto que Él es el ejemplo a seguir, sus pisadas llevarán al creyente por sendas de santidad y de misericordia, lo llevarán a proclamar y vivir el evangelio, a buscar momentos para contemplar y adorar a Dios, y a vivir en el poder del Espíritu Santo para la gloria y la honra de Dios.
II. Prosecución intencional de la semejanza de Cristo
“...porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.”
A. La determinación del corazón.
La semejanza de Jesucristo no se da casualmente, hay que ser intencional en seguir sus pisadas. El discípulo de Cristo es una persona obediente, que intencionalmente desea desechar las obras de las tinieblas y los pensamientos contrarios al reino de Dios; para abrazar la nueva vida. Quiere desechar la antigua manera de vivir, despojarse del viejo hombre con sus hechos y andar en novedad de vida.
Para poder ser transformado a la semejanza de Cristo, tiene que tomar resoluciones del corazón, resoluciones que le lleven a amar a Dios con todo su ser y a aborrecer el pecado. Como el joven Daniel quien propuso en su corazón no contaminarse, o como José quien ante la tentación no quiso ofender a Dios, ni a los hombres.
Ahí es donde comienza la vida de transformación del discípulo, con la resolución del corazón, la cual es producida por el mismo Espíritu de Dios, quien pone en el corazón de los discípulos, el deseo de ir tras la santidad. Es Dios quien quiere transformarlos a la imagen de su Hijo Jesucristo y es Él mismo quien provee de todo lo necesario para que esto pueda ser posible. (Romanos 8:29) Como también escribe Tomás de Kempis:
Pues, si el que hace fuertes propósitos, muchas veces falla; ¿qué será del que rara vez hace algún propósito, o no lo hace muy firme?... el propósito del justo se apoya en Dios mas que en la propia prudencia; en Dios, en quien confía todo aquello que emprende.
La respuesta de los creyentes, a la gracia del Señor, ha de ser como la de un hijo obediente, no conformandose a los deseo mundanos, sino despojándose de ellos y decidiendo dedicar sus vidas al Señor; y comprobar así que esa es la vida abundante, la vida que fluye como un río de agua viva, la vida gozosa con delicias a su diestra para siempre.
B. La fe.
En esta prosecusión intencional de la semejanza de Cristo, el creyente debe de tomar en cuenta, la fe. Primero, creyendo que es posible avanzar en el desarrollo de la semejanza de Jesucristo, “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.”
Y segundo, sabiendo que las disciplinas espirituales sin fe no son más que ejercicios vanos. Es necesaria la fe, por que sin ella es imposible agradar a Dios. Al acercarse a Dios, al consagrar su vida a Él, al obrar según la potencia del Espíritu, al abstenerse de diversas cosas, todo lo ha de hacer con fe, sabiendo que Dios es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11:6)
C. La humildad.
La búsqueda de la imitación de Cristo, ha de realizarse con humildad, porque “Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes.” Pues solo el humilde puede verdaderamente adorar a Dios.
Es necesaria la humildad para evitar la tentación del ser religioso de compararse con otros y sentirse superior, midiéndose por medio de acciones externas, como aquel fariseo que de pie en el templo oraba consigo mismo alabándose por su propia piedad y menospreciando al publicano que postrado suplicaba a Dios por misericordia.
Humildad, para no imponer sobre otros, disciplinas o cargas pesadas, legislando así sobre las conciencias de los hombres.
D. La perseverancia.
Y perseverancia, porque es fácil desmayar en el bien hacer. Perseverancia, porque el camino es largo y estrecho, y pocos son los que lo andan. Perseverancia, porque el afán de este mundo y sus deseos ahogan el amor del creyente y lo enfrían. Perseverancia, porque las dificultades de la vida, tientan al discípulo a claudicar. Perseverancia, porque el Señor viene, y el que retrocede no agradará a su alma. Perseverancia como aquellos antiguos hombres que alcanzaron buen testimonio delante de Dios. (Hebreos 11)
III. Medios de la transformación espiritual.
Los medios de la transformación espiritual son diversos, divinos y humanos. Dado que el ser humano es un ser complejo y que la transformación es un proceso radical, se requiere de la intervención divina, de su poder; sin embargo, el Señor, también nos exhorta a ser transformados y nos deja responsabilidades en esta transformación. Nos llama a no conformarnos a este mundo, sino transformarnos para comprobar su buena voluntad (Romanos 12:2).
A. La obra del Espíritu Santo.
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor
El Espíritu Santo que nos fue dado, nos va transformando a la misma imagen de Cristo, produciendo en nosotros el fruto de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; dándonos dones preciosos para su servicio; enseñándonos y guiándonos a toda verdad; derribando nuestros argumentos contrarios a la Palabra de Dios; provocando en nosotros sed de Dios y haciéndonos sentir su tristeza por el pecado.
Sin el ministerio del Espíritu Santo, estaríamos abandonados a nuestros pobres esfuerzos humanos que no son capaces, en ocasiones, ni de seguir una dieta para bajar de peso.
Juntamente con el Espíritu Santo, tenemos la obra intercesora de Jesucristo, quien desde la diestra del Padre aboga por nosotros, pues conoce nuestra debilidad y se compadece, dándonos oportuno socorro (Romanos 8:34). También, Dios Padre, está realizando esta obra de transformación, para presentarnos delante de él santos y sin mancha con gran alegría. (Judas 24)
Así pues, tenemos a la Santísima Trinidad comprometida en la obra de nuestra transformación a la semejanza de Cristo. Pero primordialmente al Espíritu Santo. Y esta transformación que opera el Espíritu Santo lo hace tanto en lo individual como en lo colectivo, es decir, la obra del Espíritu Santo no lleva necesariamente al creyente a una vida individualista, por el contrario. Como lo expresa Gordon D. Fee:
Por otra parte, “santidad” significa también (y especialmente) que el Espíritu Santo vive en el creyente reproduciendo la vida de Cristo, dentro de ellos (individualmente), y entre ellos (de manera colectiva), particularmente en sus relaciones interpersonales dentro de la comunidad. Actuar de otro modo significa contristar “al Espíritu Santo de Dios” (Ef 4:30), quien, por su presencia, les ha dado tanto unidad como crecimiento colectivo.
B. Las circunstancias de la vida.
“Porque esta leve tribulación momentanea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.”
El Señor, en su suprema sabiduría que rige todas las cosas en el mundo, utiliza las vicisitudes de la vida para irnos transformando, para desarrollar en nosotros la paciencia, la santidad, la humildad, un carácter semejante al de Jesucristo.
La Escritura dice, que el mismo Señor Jesucristo, pasó por la gran variedad de circunstancias humanas, excepto el pecado, y nunca se halló en él maldad, engaño o que haya atribuído despropósito alguno a Dios.
En ocasiones, las circunstancias serán de abundancia, de bonanza y gozo; y es ahí donde hemos de aprender a bendecir a Dios y glorificar su inmensa bondad para con nosotros. En otras ocasiones, las circunstancias serán de estrechez, dolor y tristeza; y en medio de ellas también hemos de aprender a ver el amor de Dios y el desarrollo del caracter que quiere producir en nosotros. Bueno sería poder decir como el apóstol Pablo: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado... todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”
C. Las disciplinas espirituales.
Al buscar desarrollar la vida espiritual, el autor reconoce que, lo que está a su alcance y en lo que se le requiere participación, es precisamente en las disciplinas espiriruales, dado que el Espíritu Santo, obra según sus designios y que las circunstancias están fuera de su control, lo mejor que puede hacer es, por medio de una vida disciplinada, preparar su vida en comunión con Dios para así tener la correcta perspectiva de la vida, pues “el conocimiento de Dios da la capacidad de dar la respuesta correcta a las circunstancias de la vida.”
Y este conocimiento de Dios o desarrollo de la vida piadosa, se obtiene por medio de lo que Juan Amós Comenio, llama las tres fuentes de donde hemos de beber.
Las fuentes son: LA SAGRADA ESCRITURA, EL MUNDO Y NOSOTROS MISMOS. En lo primero, la palabra de Dios; en la segunda, sus obras; en nosotros, su inspiración... el modo de obtener la Piedad de estas tres fuentes es igualmente triple: Meditación, Oración y Prueba o tentación. Lutero afirmó que estas tres formaban al Teólogo, pero también podemos decir que solamente estas tres forman al Cristiano.
El autor, consciente de su propia limitación y de sus propias tendencias, ha elegido adoptar un plan para desarrollar su propia vida espiritual, escogiendo seis diferentes disciplinas espirituales, tratando de enfocarse equilibradamente en cada una de las seis cualidades mencionadas anteriormente, de las cuales el Señor Jesucristo es modelo.
1. Ayuno.
El Señor Jesucristo tomaba tiempos de ayuno, como cuando estuvo en el desierto luchando con el Diablo, de esta manera estaba sujetando a su cuerpo en abstinencia. También los santos de diferentes épocas han practicado el ayuno, como Moisés, Daniel, Pedro, Pablo, Lutero, entre muchos otros.
Sabemos que los alimentos son buenos, dados por Dios para el sustento de nuestros cuerpos, son también buenos en el desarrollo de las relaciones humanas, al compartirlos con otros o darlos para suplir necesidades. Además, en su dimensión espiritual, nos llevan a dar gracias al Señor por su provisión y depender de Él por el pan nuestro de cada día.
Pero el practicar el ayuno, no es con el fin de demostrar de alguna manera, ni si quiera insinuar, que los alimentos son malos o el cuerpo despreciable. Sino para buscar el desarrollo de la abstinencia, que pueda ser un aliado en contra de la tentación, en contra de los deleites pecaminosos y nos lleve a vidas templadas y enfocadas en Dios; no a vidas autocomplacientes y egoístas.
En busca de desarrollar la vida de santidad, el autor se propone ayunar semanalmente, dedicando un tiempo especial a la oración y la meditación de la Palabra, junto con tiempos de silencio y contemplación en adoración. Y es muy probable que el Espíritu le guíe a tiempos de confesión y restauración.
2. Visita a huérfanos
El Señor nos manda tener cuidado de las viudas, los huérfanos y los pobres. Él mismo, se hace llamar “padre de huérfanos” y tiene especial cuidado de ellos. (Santiago 1:27)
Entendiendo que hay dos cosas escenciales para aprender lo que significa “misericordia quiero”; primero, es necesario el contacto continuo en comunión con Dios y segundo, el contacto cercano con las personas. Pues al estar en comunión con Dios, uno puede llenarse de Su mismo sentir y aprender de Su propio corazón a ver a las personas con un ojos compasivos. Y al estar en contacto con las personas, se puede aprender a apreciar sus vidas y conocer sus anhelos, necesidades, problemas y pensamientos.
El autor se ha propuesto con la ayuda de Dios, hacer visitas periódicas a un orfanatorio de la localidad para servir como voluntario en los quehaceres del lugar, tener tiempo de amistad genuina con los niños o apoyar económicamente o en especie a las diversas necesidades.
Al estar en este plan de visita al orfanato, ha de cuidar su corazón de tener intereses ocultos como el tratar de “convertirlos” o que llegar a considerarlos solo como parte de su “ministerio”. Sino que procurará de manera consciente y determinada, verlos como personas a quienes Dios ama, y procurar desarrollar una verdadera amistad con ellos.
3. Lectio divina
Con el propósito de procurar una vida conforme a la Palabra de Dios, el autor se propone meditar en ella por lo menos tres ocasiones por semana, utilizando la metodología aprendida en clase, llamada “lectio divina”. Una manera antigua de leer las Escrituras y meditar en ellas; y al hacerlo, escuchar para que las palabras específicas de Dios queden impresas en la mente y el corazón.
4. Oración contemplativa
Buscando contempar a Dios y adorarle, teniendo cada vez una imagen más clara y brillante de su persona, el autor, buscará tiempos de oración contemplativa.
Para ello, determinará una selección de Salmos para orar cada uno de ellos de manera personalizada, ya sea para adorar a Dios, para interceder por otros o para dar expresión a sus propios pensamientos y anhelos.
En el deseo de aprender a orar, como los discípulos pidieran al Maestro, buscará estar abierto a la dirección del Señor, con un corazón receptivo a la realidad de la presencia de Dios.
Estos tiempos de oración contemplativa, serán combinados con tiempos de silencio y soledad, donde alejado del bullicio de la vida diaria, pueda ser consciente de su propia alma, de la real y cercana presencia de Dios; y la vida pueda enfocarse en las cosas importantes que el Señor quiere mostrar.
5. Ceder al trabajo del Espíritu
Dedicará tiempos específicos para, conscientemente, pedir y procurar la guía del Espíritu Santo en su vida, ya sea en la guía para la toma de decisiones, en el servicio de otros, en la proclamación del evangelio, en la adoración y en esfuerzos concretos por guardar la unidad del cuerpo de Cristo.
Sin duda, este será un tiempo también, de alabanza al Señor, pues como dice Gordon D. Fee, el Espíritu Santo produce un canto nuevo al Señor.
En primer lugar, hemos de notar que donde está el Espíritu de Dios, hay canto. La iglesia primitiva se caracterizaba por ello. De igual modo, siempre que ha habido un avivamiento del Espíritu, ha nacido un nuevo cancionero. Aunque la mayoría de estas canciones no permanecen, algunas de ellas encuentran un lugar estable, y se convierten en fuente de nuestra constante enseñanza y exhortación, y de nuestra constante vuelta a Dios Padre y a Dios Hijo para ofrecerles alabanza por inspiración del Espíritu.
6. Mapa espiritual
Con el propósito de observar la obra de Dios en su vida, aún antes de haber conocido a Cristo e incluso, a través de actividades y circunstancias que pudieran ser consideradas como no religiosas; desarrollará durantes los próximos meses, un “mapa espiritual”, según el modelo explicado en clase. El cual dejará visible evidencia del actuar de Dios y llevará a la adoración, a la confesión, a descubrir patrones de conducta, a tener gratitud a diferentes personas que Dios usó y sigue usando en su vida, para efectuar su desarrollo en la comunión con Dios y con los creyentes.
Este será un ejercicio mental y reflexivo que le ayudará a construir una herramienta gráfica, que le ayude a ser consciente de la actividad de Dios y a ver desde una perspectiva de honor a la vida propia y a la de otros, además, de desarrollar gratitud y un sentido de esperanza en que la obra de Dios continuará en su vida quitando las tinieblas que aún quedan y llevándole en la luz, hasta que el sol brille en su cenit.
Esperando, con la ayuda de Dios, en fe y humildad, perseverar en este sencillo plan; que luego podrá ser autoevaluado y actualizado con nuevas formas y actividades; pero procurando desarrollar las mismas seis áreas de manera equilibrada.
Y, aunque algunas de las disciplinas aquí referidas son de carácter privado, se buscará tener siempre presente que el desarrollo de la vida espiritual se da en comunión no solo con Dios, sino también con los hombres. En la vida relacional “unos a otros” para animarnos, alentarnos, enseñarnos, amarnos, soportarnos y acompañarnos en oración.
Conclusión
El liderazgo, y en realidad toda la vida, requiere de una vida espiritual de comunión con Dios. Y ésta vida de comunión con Dios, transformará la vida del discípulo, ya que nadie puede estar en comunión con Dios sin ser transformado. El modelo de la transformación es el Señor Jesucristo, quien es modelo de santidad, misericordia, obediencia a la Palabra de Dios, vida contemplativa, vida controlada por el Espíritu y vida dedicada a la gloria de Dios.
Y aunque, los medios para efectuar esta transformación son humanos y divinos, el trazar un plan, por medio de elegir seis disciplinas espirituales que corresponden a la búsqueda del desarrollo de las seis cualidades antes mencionadas en el Señor Jesucristo, dan una pauta ordenada e intencional a seguir.
Que el Señor nos auxilie para perseverar en el bien hacer, con fe y humildad. Y que al hacerlo disfrutemos de él y de la comunión de los santos.
La vida del buen religioso debe resplandecer con toda clase de virtudes, para que interiormente sea tal cual exteriormente les parece a los hombres.
Y justamente debe ser mejor interiormente de lo que exteriormente aparece; porque nos mira Dios, a quien debemos infinito respeto donde quiera que estemos, caminando en presencia suya puros como los ángeles.
Debemos renovar todos los días nuestro propósito, excitándonos al fervor como si hoy mismo acabásemos de llegar a la religión, diciendo así: ayúdame, Señor, Dios mío, a cumplir mi buen propósito, a dedicarme a tu santo servicio. Concédeme la gracia de comenzar ahora, en este día, con perfección; porque hasta aquí no he hecho nada.
Bibliografía
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